lunes, 28 de septiembre de 2009

"El amor te vuelve un poco imbécil"


HABLANDO DE MUJERES CON NIEVES HERRERO HUGO SILVA


"Estoy enamorado de la mujer, de su forma de pensar, de razonar, de su inteligencia emocional. Creo que si no fuera por vosotras, este mundo se iría a la mierda. Siempre habéis estado en la sombra, equilibrando y dando sentido a las cosas". Así se expresa Hugo Silva –un actor de papeles duros en el cine y mediático gracias a la televisión– que cree en la inteligencia de la mujer por encima de la del hombre porque "valora más la vida, ya que crece dentro de ella". Sin hacer la pelota a las féminas, asegura que lo ideal es que "nos dejáramos de debates entre hombres y mujeres y fuéramos todos iguales. Pero nos queda a todos un resquicio del pasado y hay que seguir apoyando a la mujer y señalando con el dedo cuando se cometen injusticias".
Sorprende este actor tan alejado del estereotipo de guapo de la pantalla, porque es una persona obsesionada con imponer normalidad a su vida. No quiere hacerse fotos por la calle, ni que le paren para firmar autógrafos. No quiere dejar de ir en metro o pasear por la calle. Se niega a ser famoso. "Yo no he decidido ser ídolo de adolescentes. Tampoco he querido ser un producto mediático", razona. Tiene asumido que no le puede caer bien a todo el mundo. Le gusta cambiar de registro. Como su personaje Sebas, un perro callejero, un superviviente del mal que se mueve por puro instinto en 'Agallas', la película que acaba de estrenar. En ella, Silva estremece con un personaje sacado de las cloacas de cualquier cárcel de España. Nada tiene que ver con ese Lucas de 'Los hombres de Paco' –"sé que le debo mucho", apunta– o con aquella belleza adolescente en 'Al salir de clase'. Sale sin dientes, sucio, despeinado, con un tic nervioso, recreando una auténtica transformación en un psicópata. De hecho, para hacerse con el papel estuvo en una prisión. "Aquello fue una experiencia. Escuchar cómo se cierran las puertas detrás de ti...". Allí visitó a un amigo del barrio de San Blas, donde nació, y que tuvo menos suerte que él. "Fue muy generoso y enseguida supo a qué iba. Me ayudó a saber cómo se mueve la gente allí. Hay una sociedad sumergida con unos valores distintos para hacerse respetar".

VAGABUNDEANDO. Sebas no siente empatía por nadie, ni tan siquiera por sí mismo. Ha sido un personaje de mucha búsqueda. "Incluso me fui al zoo a observar a los animales. Mi personaje es como ese perro enjuto, cruzado, que anda solo por los descampados y que se acerca para que le des de comer pero que, en un momento determinado, si se asusta, te muerde".
Hugo busca personajes extremos. Eso, quizás, es lo que le divierte de su profesión. Durante años, cuando ejercía de camarero o de electricista, no estaba motivado. "No es que fuera infeliz, sino que llevaba una vida sin motivación. Cada día era igual al anterior. Me parecía un trabajo muy digno, pero cuando empecé a estudiar interpretación, comencé a ser feliz. Fue como un clic en mi vida que ya no tenía vuelta atrás. Supe desde el primer momento qué era lo que buscaba: trabajar como actor".
Antes que él, su madre supo que tenía madera interpretativa. Y así debutó, con 14 años. "Ella me empujó a hacer teatro. Estaba en una compañía 'amateur'. Es gracioso porque lo pasé tan mal que pensé que nunca más volvería a pisar un escenario. Pasé unos nervios horribles. Pero un día, me quedé sin trabajo y me dijo que podía ir a una escuela de teatro. Estuve una semana. Me gustó tanto que me cambió la vida. Me enamoré de este oficio en siete días. Descubrí un mundo nuevo".
Silva asegura que estará toda la vida dando gracias a su madre. "La mayor suerte de mi vida ha sido tener la madre que tengo. Mi padre también es maravilloso, pero ella siempre ha estado atenta a esos detalles. Me parece una mujer muy intuitiva, valiente. Siempre pensó que yo tenía que ser actor. Le hubiera gustado dedicarse a esto, y conmigo ha hecho posible su sueño".

EL SUR EN LOS GENES. Aunque nació en Madrid, Hugo Silva tiene una relación especial con Andalucía. Como decía Benedetti: "Abajo, abajo, cerca de las raíces, el sur también existe". "Los que hemos nacido en la capital tenemos mucho más arraigo con la pequeña patria de nuestros padres. A mí me pasa con el sur. Mis padres son sevillanos y tengo algo especial con la filosofía del andaluz. Me gusta eso de vivir el momento y disfrutar de la vida, de lo que te da la naturaleza. Me siento en casa cuando voy a allí. Yo en los genes llevo el sur".
Del 'abajo' le gusta el carácter de la gente, el aire, el gazpacho, "la manteca colorá", el acento. Si allí se escapa, lo encontrarán probablemente con una guitarra en la mano. "Siempre he coqueteado con el mundo de la música. Tiene más sentido que yo me dedique a la escena pero, de todas maneras, me pueden poner a cantar o a bailar en cualquier momento y hay que estar preparado. El hecho de no sentirme un profesional de la música, me da el derecho a jugar más con ella. Me lo paso muy bien y disfruto de ella con libertad", explica. De hecho, en la película Agallas suena la canción de cierre y uno piensa en Joaquín Sabina... Y en los créditos finales te encuentras con que estás oyendo la voz de Hugo Silva. Lo de bailar tampoco le asusta: jazz, lírico, baile africano, clásico... "Un poco de todo. Nunca he probado el flamenco, pero es un estilo que me encanta por mis raíces andaluzas".
Hugo reconoce que los actores son, en general, bastante tímidos. "En el fondo, nos puede la timidez porque con la licencia de interpretar distintos personajes, podemos hacer cosas que nunca haríamos". Dice que encarnar otras vidas le ha hecho crecer como persona. "Me ha ayudado a comprender más a la gente. Me ha hecho más humano". Con una sola excepción: no entiende cómo hay personas que creen conocerle de toda la vida por haberle visto en televisión. "La fama no puedes controlarla. A veces, estoy rodando y llega alguien, me coge del brazo y se hace una foto conmigo. Aunque mi oficio parece muy divertido, es un trabajo como otro cualquiera y si estoy rodando, no puedo estar con la gente. No lo entienden y te juzgan mal, pero hay que quitarle hierro al asunto porque estamos expuestos y eso es lo que hay". ¿Fama de antipático? "No puedo caerle bien a todo el mundo. Me di cuenta de eso el día que me dije a mí mismo que no me podía hacer fotos con todo el que quisiera. He aprendido a decir 'no' y hay gente muy comprensiva que lo entiende".

RESERVADO. Parece que el actor ha buscado tanto a sus personajes, que en algún punto de esa búsqueda se ha encontrado a sí mismo. "Sé muy bien quién soy y prefiero quedármelo para mí. Muestro mis personajes, guardo mi vida y mis cosas".
Hugo va poco al médico (para nada hipocondriaco y hombre de pocos miedos). "Sólo temo al paso del tiempo y a perder a mi gente, a mis amigos". De hábitos solitarios, le encanta ver las películas sin compañía y en versión original. Admira a todas sus compañeras de viaje. De televisión, recuerda a su eterna enamorada Sara en Los hombres de Paco, Michelle Gener. "Aparte del ángel que tiene y del talento natural, posee tal lenguaje cinematográfico que tenerla enfrente resulta maravilloso. Además, es un ser humano extraordinario". Tampoco escatima elogios para su última compañera de teatro: Blanca Portillo. "De las cosas más fuertes que me han pasado en escena han sido con ella. Yo la miraba y sólo veía a Hamlet. Desde que ponía el pie en el escenario, me daban escalofríos. Ella no es una actriz, parece otra historia. Algo así como si invocara a los personajes. Tiene algo de brujería lo que hace". Menciona a Elena Ballesteros y hace el recuerdo extensivo a todas sus compañeras. "He tenido muchas y muy buenas".
–¿Actuar es comparable a un orgasmo?
–Un orgasmo es una cosa chiquitita pero intensa comparada con mi trabajo. Los actores buscamos, más que el orgasmo, el viaje, que es algo más dilatado. Tenemos que vivir al límite nuestro personaje para que tome las riendas y te sorprenda a ti mismo... Ahí empieza el viaje.
SOSIEGO EN FEMENINO. Regresa a 'Hamlet' para charlar del lado femenino y masculino de la obra de Shakespeare. "Todos los seres humanos tenemos esas dos partes. En mi caso, es más dominante el lado masculino, pero también tengo mi parte femenina. Cuando me apoyo en esa parte, parece que me equilibro. Lo que siempre he notado desde ese lado, ha sido paz, como un mar en calma. Esto al margen de la sexualidad. Estamos hablando de energías".
–¿Te has enamorado alguna vez?
–¡Claro que me he enamorado, hasta las trancas! Pienso que todos deberíamos vivirlo porque te hace sentir mejor persona. El amor te vuelve un poco imbécil. Los griegos ponían como excusa en sus juicios que estaban enamorados y se tenía en cuenta. Era como una eximente. El amor es un proceso químico que no tiene que ver con ningún proceso intelectual. Lo bonito es ser correspondido. Todos deberíamos pasar por ello para sentirnos vivos.
–¿Te sientes vivo en este momento?
–Soy una persona normal, como cualquier otra. Sabes que no me gusta entrar en esos terrenos. A mí lo que me hace estar vivo es sentirme realizado y, ahora mismo, estoy haciendo cosas que me motivan.
Dice que ha aprendido a regañarse, a decirse "esto no está bien".
–¿Y te felicitas alguna vez?
–No, no me gusta ni cuando lo hacen los demás. No me siento cómodo. Cuando se estrenó Agallas, hubo un aplauso grandísimo en la sala y me bloqueé. No supe reaccionar.
Como despedida, pide que no olvidemos a un pueblo que le fascina: los saharauis. "En la web 'todosconelsahara.com' se recogen firmas para que Marruecos les reconozca. Hay que hacer algo para que no vivan olvidados del resto del mundo. En cuanto pueda, me escaparé allí".
BELLEZA CANALLA
Su barbilampiño rostro empezó a hacerse popular en 'Al salir de clase', aquel vivero 'teenager' del cine español que devino en cantera de talentos. Con 'Los hombres de Paco' se desparramó su belleza por toda España, al tiempo que le empezaban a llover buenos papeles en cine. Y en esa dualidad se mueve; espantando la fama para reivindicar normalidad, respeto y profesionalidad. Para no perder el norte se escapa al sur, a la Andalucía feliz y 'carpe diem' donde nacieron sus padres. También se apoya en las mujeres, sin las que, considera, este mundo se iría por el sumidero. Miedos tiene pocos; admiraciones, muchas. Pleitesía cada vez que pisa el escenario ese monstruo llamado Blanca Portillo, y bonitos recuerdos de todas y cada una de sus compañeras de reparto (aunque el mayor recuerdo lo dedica al pueblo saharaui). Cree en el amor, pero sólo el que alcanza lo más profundo. Porque en los límites se exploran los matices del actor, del ser humano.

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